Esta novela de Ramón J. Sender, fue publicada en 1930, pocos años después del suceso en torno al cual se desarrolla la trama de esta obra: el conocido como "Desastre de Annual" (1921) en el que murieron cerca de 12.000 soldados españoles.
En 1912 España había recibido el protectorado de la parte septentrional de Marruecos, la más montañosa y pobre, mientras que Francia se había quedado con la meridional, mucho más extensa y rica. Además, en la zona española había una serie de tribus muy belicosas, que esporádicamente atacaban a los intereses españoles. Pese a esto, para Alfonso XIII y el Gobierno español, el protectorado significaba una forma de hacer olvidar la pérdida de Cuba y Filipinas en 1898; pero sobre todo existía otra razón, de la que nos habla Ramón J. Sender en su novela, que hacía sugestivo el dominio de esta zona: las minas de hierro de Axuen, en las que tenían importantes intereses algunos de los prebostes del sistema, como el Conde de Romanones. Así, pese a que el mantenimiento del Protectorado de Marruecos estaba significando una verdadera sangría de hombres y medios, España siguió adelante con su aventura colonial marroquí.
Ramón J, Sender había estado en el Protectorado cumpliendo su servicio militar en el Regimiento Ceriñola, nº 42, donde alcanzó la graduación de sargento. Es precisamente en esta unidad del Ejército español en la que está encuadrado Viance, el personaje principal de la obra, un herrero aragonés (por lo tanto paisano de Sénder), es decir un hombre del pueblo, como la mayor parte de los españoles que lucharon y murieron en "las tierras del moro", pero cuyos nombres no aparecen en los libros de Historia. Este humilde trabajador, apodado "Imán" porque atraía tanto a cualquier metal que se cayese de la fragua, como a las desgracias; es quien relata sus vivencias a un bien intencionado y cabal sargento (¿quizás reflejo del propio autor?), que a lo largo de la novela hace las veces de narrador.
Cabe suponer que para el desarrollo de la trama, el autor debió hacer uso de vivencias propias o conocidas a través de veteranos que habían sufrido el desastre (Sénder entró en el Ejército en el año 1923, es decir dos años después de la derrota de Annual, pero sin duda participó en las operaciones de recuperación del territorio perdido). Esto hace que en ocasiones, especialmente en la primera parte de la obra, la prosa se vuelva algo difícil de seguir, pues se suceden frases cortas, como tomadas de apuntes o recuerdos deslavazados que son unidos a base de "puntos y seguido", que por momentos dan a la obra una forma cuasi telegráfica, que se entremezcla con saltos en el tiempo y vacíos, que le confieren gran dinamismo y viveza, pero al mismo tiempo un cierto caos que podríamos preguntarnos si es intencionadamente buscado por el autor.
Desde un punto de vista meramente histórico, la obra es muy interesante pues van apareciendo hitos fundamentales y hechos significativos que ilustran muy bien los acontecimientos que rodearon al Desastre de Annual y la posterior reacción para la recuperación del territorio perdido: la terrible y desordenada retirada de las fuerzas españolas, con algunos desesperados núcleos de resistencia que fueron aniquilados uno tras otro; la llegada de la Legión para defender Melilla e iniciar la recuperación del territorio perdido; la utilización de gases tóxicos (iperita), que según parece fueron utilizados en la primavera de 1925, antes de que se firmara el Protocolo de Ginebra (17 de junio de 1925), por el que quedaba prohibido el uso de armas químicas; el empleo de carros de combate, arma hasta entonces no empleada en el Protectorado; la aparición de los "cuotas", que hasta entonces pagaban por no ir a la guerra y que a partir de 1923, ante las protestas populares y la necesidad de aumentar los efectivos, comienzan a ir a África (lo que hacen es pagar a sus compañeros más pobres para que realicen los servicios más demandantes y peligrosos), etc.
Dentro de estos episodios históricos que aparecen en la novela, quisiera destacar el relato que hace Sender de las desesperadas cargas del Regimiento de Caballería Alcántara para intentar contener a las hordas rifeñas que estaban literalmente "cazando" a los soldados españoles en desordenada retirada: "Sombras que han pasado ya el umbral, han dejado atrás la luz para no volverla a ver, a la razón, a la esperanza; los rostros ensangrentados, las tibias rotas, las frentes partidas no impiden que obedezcan los sables, las carabinas, que las rodillas opriman la silla. Las leyes biológicas fracasan contra estos iluminados, que al dormir el sueño mortal prolongan su vida en terrible pesadilla". No hay duda de que Sender, pese a que no entiende ni comparte las razones de estos hombres, no deja de reconocer su valentía y sacrificio para que otros consiguiesen salvarse.
Dentro de estos episodios históricos que aparecen en la novela, quisiera destacar el relato que hace Sender de las desesperadas cargas del Regimiento de Caballería Alcántara para intentar contener a las hordas rifeñas que estaban literalmente "cazando" a los soldados españoles en desordenada retirada: "Sombras que han pasado ya el umbral, han dejado atrás la luz para no volverla a ver, a la razón, a la esperanza; los rostros ensangrentados, las tibias rotas, las frentes partidas no impiden que obedezcan los sables, las carabinas, que las rodillas opriman la silla. Las leyes biológicas fracasan contra estos iluminados, que al dormir el sueño mortal prolongan su vida en terrible pesadilla". No hay duda de que Sender, pese a que no entiende ni comparte las razones de estos hombres, no deja de reconocer su valentía y sacrificio para que otros consiguiesen salvarse.
Resulta curioso que a lo largo de la obra, Sender no utilice algunos conocidos nombres de personajes y localizaciones de este pasaje de nuestra Historia, sino que los sustituye por simples letras mayúsculas. Así por ejemplo habla de la posición "R", cuando está claro que se está refiriendo a la de Igueriben, pues relata hechos sobradamente conocidos para los interesados por esta temática, como cuando el jefe de la posición, comunicó a la artillería de Annual que les bombardease tan pronto oyesen el último de los doce disparos de cañón que todavía le quedaban a los que allí se encontraban sitiados. Lo mismo ocurre cuando habla de un tal General S, que sin duda es Silvestre, el general que mandaba las tropas españolas en Annual y que según todos los indicios, como relata Sender, se suicidó ante el desastre a que había llevado a sus tropas. ¿Cuál pudo ser la razón de no utilizar los nombres verdaderos cuando sí que utiliza otros como los de Annual, Monte Arruit, Melilla, etc.?
Más interesante aún que la reconstrucción histórica resulta el encontrarnos con una obra revolucionaria en un doble sentido: revolucionaria por tratar el tema de la Guerra de Marruecos desde un punto de vista crítico, alejado de las alabanzas a las heroicidades y hazañas militares en las tierras rifeñas, que eran vendidas al pueblo para justificar la sangría que se estaba produciendo; y revolucionaria pues más allá de ser una simple novela antibelicista, Sender busca la condena al sistema en su totalidad, a la injusticia social de la España de principios del pasado siglo, que en las tierras rifeñas, en medio de la crudeza de la guerra y de las injusticias castrenses, se reproducía de una forma aún más dramática.
En los años veinte del pasado siglo, gran parte de la prensa nacional se llenaba de artículos ensalzando las hazañas de célebres oficiales africanistas (como Franco, Yagüe, Mola y Millán Astray, que luego participarían en la sublevación del 18 de julio, pero también de otros que permanecieron fieles a la República como Miaja, Rojo o Casado), pero Sender se aparta drásticamente de esta visión gloriosa de la oficialidad. En la novela predominan los oficiales que abandonan a sus hombres, que los maltratan y con los que mantienen unas diferencias clasistas, fiel reflejo de las existentes en el resto de ámbitos de la sociedad española.
Coincido plenamente con la descripción y la crítica hacia las diferencias extremas existentes entre la tropa y la oficialidad (rasgo común a todos los ejércitos decimonónicos, como todavía lo era el español, anclado en un sistema de recluta "censitario" y un sesgo aristocrático para poder acceder a la oficialidad); que perduraban incluso en los casos más desesperados, como cuando ante la falta de agua en las posiciones sitiadas y la necesidad de beberse sus propios orines, los oficiales tenían "el privilegio" de saborearlos endulzados con azúcar.
Sin embargo pienso que la negativa visión de la oficialidad en cuanto a su desempeño en el combate es algo maniquea, propia de un hombre con ideas anarquistas como era el Ramón J. Sender de aquella época (posteriormente iría acercándose al comunismo, para acabar en sus últimos años de vida aceptando una especie de socialismo democrático). Es una realidad contrastada que las cifras de caídos a lo largo de la Guerra de África, eran proporcionalmente mucho más altas ente la oficialidad que en la tropa, especialmente en cuerpos de élite como la Legión. Sin duda hubo oficiales que no se comportaron en combate como se esperaba de ellos, pero en la obra parece que es prácticamente la generalidad, y esto no fue así, lo cual por otra parte no debemos entenderlo como un hecho de simple valentía o locura, sino que era consecuencia de cómo habían sido adoctrinados. En estos días estoy leyendo una obra sobre el 23-F (Cercas, Javir. "Anatomía de un instante", Mondadori, Barcelona, 2009 ) que viene al caso, pues se habla de la postura del General Gutiérrez Mellado, cuando a pecho descubierto se enfrentó a los guardias civiles golpistas que habían entrado en el Congreso, y cuando se le pregunta por qué lo había hecho, su respuesta es simple y lacónica: "Era lo que me habían enseñado a hacer en la Academia". Además no debemos olvidar que, a diferencia de los muchachos como Viance que eran llamados a filas contra su voluntad, un altísimo porcentaje de los oficiales estaban en África como voluntarios, deseosos de combatir, pues veían en la guerra una posibilidad de promoción.
En todo caso, creo que la crítica de Sender va más allá del Ejército, al que ve como un elemento más de un sistema corrupto, caduco e injusto. Su objetivo es más universal: la denuncia de la explotación de la clases humildes por la clase dominante, aquella que para el caso concreto de España y el Protectorado, sólo le interesa en conservar y explotar los yacimientos minerales rifeños, sin importarle el precio en sangre que esto suponga para el pueblo español: "¿Sabes lo que es la Patria? No es más que las acciones del accionista", frases como ésta, puestas en boca de simples soldados, preconizan un despertar de la conciencia de los desposeídos.
Por ello, más allá de la brutales descripciones de las escenas bélicas (no cabe otra, la guerra es siempre terrible y despiadada), me ha impresionado el relato de la dureza de la vida de la familia de Viance, unos labriegos aragoneses que cultivan una tierra de secano, propiedad de un noble terrateniente, en la que sus padres laboran de sol a sol, de tal forma que han envejecido prematuramente. Su madre cae enferma y anticipa su muerte bebiendo agua fría y andando descalza para evitar que se gastasen los pobres ahorros familiares en medicinas. Al poco también fallecen su hermana y su padre. El único que no sufre es su hermano, retrasado mental, por lo cual Viance se pregunta si no estaría en la locura, en la falta absoluta de sensibilidad, la única felicidad a que él puede aspirar.
Es esta la España que denuncia Ramón J. Sender, en una novela que no carece de actualidad pues en ella se critica la esquilmación colonial y la explotación de las clases desposeídas, lo cual podemos equiparar con la que actualmente se realiza en contra de la globalización, el sistema capitalista y el dominio monopolista anglosajón. Así no resulta difícil trasladar a la actualidad frases como la siguiente: "La aristocracia goda (...) corre a los españoles y busca títulos de la Deuda de acuerdo con los auténticos bárbaros del Norte".